ANDRÉS CALAMARO: EL SALMÓN ETERNO DEL ROCK EN ESPAÑOL

Andrés Calamaro no nació para seguir corrientes, sino para nadar contra ellas. Desde Buenos Aires al mundo, el músico, compositor, multiinstrumentista y poeta maldito del rock en español se convirtió en un artista imposible de encasillar. Funk, reggae, bolero, tango, jazz, baladas o pura electricidad rockera: Calamaro no eligió un solo camino, los transitó todos. Y en el proceso, se volvió leyenda.

El joven Calamaro se asomó a la música a los 17 años, grabando como invitado con el grupo Raíces, y poco después lideró su propia banda, la Elmer Band, donde dejó su primer himno under, Tristeza de la ciudad. Pero el gran salto llegó cuando se unió a Los Abuelos de la Nada, la banda resucitada por Miguel Abuelo. Allí no solo tocó teclados: escribió himnos inmortales como Mil horas, Sin gamulán y Costumbres argentinas, piezas fundacionales del ADN del rock argentino.

En paralelo, el joven Calamaro ya buscaba su voz propia. Su debut solista, Hotel Calamaro (1984), fue seguido por Vida Cruel y Por Mirarte, discos con más prestigio crítico que éxito comercial. A fines de los 80 ya era productor de lujo para Los Fabulosos Cadillacs, Los Enanitos Verdes y Fabiana Cantilo, mientras tejía complicidades con viejos amigos como Ariel Rot.

A comienzos de los 90, con Argentina en crisis, Calamaro y Rot hicieron las maletas rumbo a Madrid. Allí fundaron Los Rodríguez junto a Julián Infante y Germán Villela. El resultado fue un cóctel explosivo de rock, flamenco y ritmos latinoamericanos que redefinió el rock hispano. Con discos como Sin documentos (1993), la banda conquistó España y América Latina, dejando clásicos eternos como Dulce condena y Mucho mejor.

Tras su disolución en 1996, Calamaro volvió a la senda solista con una energía desbordante. Primero sorprendió con Alta suciedad (1997), un vendaval que vendió más de medio millón de copias y lo puso en el centro del escenario continental.

Lo que vino después fue casi un exceso: un alud creativo incontrolable. En 1999 lanzó Honestidad brutal, un disco doble con 37 canciones escritas en plena ruptura amorosa, que incluía himnos como Paloma, Los aviones y Te quiero igual. Era un retrato crudo, vulnerable y, como su título, brutal.

Pero nada preparó al público para El Salmón (2000), un proyecto descomunal de 103 canciones en cinco discos. Una locura o una obra maestra: para muchos, ambas cosas. En esos años Calamaro también compartía grabaciones caseras por internet, adelantándose a su tiempo y proclamando: “La música le pertenece a quienes quieren escucharla, y a nadie más.”

Lejos de quedarse en la comodidad del rock, Calamaro volvió la mirada a sus raíces porteñas. Con El Cantante (2004) y Tinta Roja (2006) se sumergió en el tango y en la tradición popular, demostrando su versatilidad y su respeto por la música argentina.

El regreso triunfal a los grandes escenarios llegó con El Regreso (2005), grabado en vivo en Luna Park y Obras Sanitarias, donde recibió el Gardel de Oro. Desde allí, cada álbum —El Palacio de las Flores (2006), La Lengua Popular (2007), On the Rock (2010)— mostró un Calamaro distinto, pero siempre fiel a su instinto de no repetirse nunca.


EL HOMBRE QUE ESCRIBIÓ MIL HORAS Y PALOMA TAMBIÉN GRABÓ TANGOS DE GARDEL, RINDIÓ HOMENAJE A MARADONA Y PUBLICÓ MÁS DE CIEN CANCIONES EN UN SOLO GOLPE.


Con más de 1.3 millones de discos vendidos, premios Gardel, Latin Grammy y una influencia que atraviesa generaciones, Andrés Calamaro es más que un músico: es un sobreviviente, un cronista del exceso, un artista que convirtió su vida en canciones. El hombre que escribió Mil horas y Paloma también grabó tangos de Gardel, rindió homenaje a Maradona y publicó más de cien canciones en un solo golpe. En el rock en español, pocos nombres tienen tanto peso, tanta leyenda y tanto corazón.

Andrés Calamaro es, y seguirá siendo, el salmón que nada contracorriente.